30

La familia cristiana, unida en lazo común por medio de Jesucristo es un círculo de amor, compañerismo y adoración que debe ser cultivado encarecidamente en esta sociedad en la que los lazos familiares fácilmente se disuelven. Encargamos a los ministros y a las congregaciones de nuestra iglesia las enseñanzas y prácticas que fortalezcan y desarrollen los lazos familiares. En particular, exhortamos a los ministros respecto a la importancia de enseñar y predicar claramente el plan bíblico de la permanencia del matrimonio.
La institución del matrimonio fue ordenada por Dios cuando el hombre era inocente, y es, según la autoridad apostólica, “honroso… en todos”; es la unión mutua de un varón y una mujer para compañerismo, ayuda mutua y propagación de la raza. Nuestra feligresía debe apreciar este estado sagrado como conviene a los cristianos y debe contraerlo sólo después de ferviente oración pidiendo la dirección divina y cuando estén seguros de que tal unión está de acuerdo con los requisitos bíblicos.
Los desposados deben buscar con vehemencia las bendiciones que Dios ha ordenado respecto al estado marital, es decir, el compañerismo santo, la paternidad y el amor mutuo — elementos con que se edifica el hogar. El pacto matrimonial es moralmente obligatorio mientras ambos cónyuges vivan y romperlo es una violación del plan divino de la perpetuidad del matrimonio.

(Génesis 1:26–28, 31; 2:21–24; Malaquías 2:13–16; Mateo 19:39; Juan 2:1–11; Efesios 5:21–6:4; 1 Tesalonicenses 4:3–8; Hebreos 13:4)

30.1

En la enseñanza bíblica, el matrimonio es el compromiso mutuo de por vida entre un hombre y una mujer, y refleja el amor sacrificial de Cristo por la iglesia. Como tal, el propósito es que el matrimonio sea permanente y el divorcio es una infracción a la clara enseñanza de Cristo. Tal infracción, sin embargo, no está fuera del alcance del perdón por la gracia de Dios, cuando ésta se busca en arrepentimiento, fe y humildad. Se reconoce que a algunos se les impone el divorcio contra su voluntad o son compelidos a recurrir a él por razones de protección legal o física.

(Génesis 2:21–24; Marcos 10:2–12; Lucas 7:36–50; 16:18; Juan 7:53–8:11; 1 Corintios 6:9–11; 7:10–16; Efesios 5:25–33)

30.2

Se instruye a los ministros de la Iglesia del Nazareno que traten con la seriedad debida los asuntos relacionados con la celebración de matrimonios. Deben tratar, en toda manera posible, de comunicar a sus congregaciones el carácter sagrado del matrimonio cristiano. Antes de realizar el casamiento, proveerán consejería en todos los casos en que sea posible, incluyendo orientación espiritual apropiada para quienes hayan pasado por la experiencia del divorcio. Solamente solemnizarán el matrimonio de personas que tengan las bases bíblicas para el mismo.
El matrimonio, según la Biblia, solo existe para una relación entre un hombre y una mujer. (30-30.1; 32; 514.10; 536.16)

30.3

Los miembros de la Iglesia del Nazareno que se encuentren involucrados en una situación de infelicidad conyugal deben buscar, en oración, un curso redentor de acción, en plena armonía con sus votos y con las claras enseñanzas de las Escrituras, con el propósito de salvar su hogar y salvaguardar el buen nombre de Cristo y de su iglesia. Las parejas que estén experimentando problemas matrimoniales serios deben buscar el consejo y la guía de su pastor y/o cualquier otro líder espiritual apropiado. El no cumplir con estos pasos de buena fe y con el deseo sincero de buscar una solución cristiana, y obtener subsecuentemente el divorcio y contraer nuevas nupcias, podría resultar en que uno o ambos cónyuges queden sujetos a la disciplina prescrita en los párrafos 504-504.2 y 605-605.12.

30.4

Debido a la ignorancia, el pecado y las flaquezas humanas, muchas personas en nuestra sociedad no cumplen a cabalidad con el plan divino. Creemos que Cristo puede redimir a estas personas, tal como lo hizo con la mujer junto al pozo de Samaria, y que pecar contra el plan de Dios para el matrimonio, no sitúa a la persona fuera del alcance de la gracia perdonadora del evangelio. Cuando el matrimonio se haya disuelto y se hayan contraído nuevas nupcias, se exhorta a los cónyuges a que busquen la gracia de Dios y su ayuda redentora en la relación marital. Tales personas pueden ser recibidas en la membresía de la iglesia cuando hayan dado evidencia de regeneración y de que han entendido la santidad del matrimonio cristiano. (27; 107.1)