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La familia cristiana, unida en lazo común por medio de Jesucristo es un círculo de amor, compañerismo y adoración que debe ser cultivado encarecidamente en esta sociedad en la que los lazos familiares fácilmente se disuelven. Encargamos a los ministros y a las congregaciones de nuestra iglesia las enseñanzas y prácticas que fortalezcan y desarrollen los lazos familiares. En particular, exhortamos a los ministros respecto a la importancia de enseñar y predicar claramente el plan bíblico de la permanencia del matrimonio.
La institución del matrimonio fue ordenada por Dios cuando el hombre era inocente, y es, según la autoridad apostólica, “honroso… en todos”; es la unión mutua de un varón y una mujer para compañerismo, ayuda mutua y propagación de la raza. Nuestra feligresía debe apreciar este estado sagrado como conviene a los cristianos y debe contraerlo sólo después de ferviente oración pidiendo la dirección divina y cuando estén seguros de que tal unión está de acuerdo con los requisitos bíblicos.
Los desposados deben buscar con vehemencia las bendiciones que Dios ha ordenado respecto al estado marital, es decir, el compañerismo santo, la paternidad y el amor mutuo — elementos con que se edifica el hogar. El pacto matrimonial es moralmente obligatorio mientras ambos cónyuges vivan y romperlo es una violación del plan divino de la perpetuidad del matrimonio.

(Génesis 1:26–28, 31; 2:21–24; Malaquías 2:13–16; Mateo 19:39; Juan 2:1–11; Efesios 5:21–6:4; 1 Tesalonicenses 4:3–8; Hebreos 13:4)